Diagnóstico de miedo... Capítulo 5

 
Con el paso de los años, Danny y yo construimos juntos nuestra vida. Él dejó el negocio familiar para empezar una carrera en ventas y mercadeo en una multinacional; nos mudamos de su apartamento de soltero en el centro de la ciudad a un lindo apartamento en un suburbio tranquilo de Hong Kong. Adoptamos un perro que llamamos Cosmo.

Después de mi matrimonio, mi hermano decidió dejar Hong Kong y empezar un negocio en la India porque hubo una gran recesión en nuestra ciudad y el vio una oportunidad en ese país. Con su esposa Mona y su pequeño hijo Shahn se fue a la India y mi madre los siguió poco tiempo después.

Yo los extrañaba terriblemente porque nunca había vivido sin mi familia.

Para empeorar las cosas, debido a la recesión, perdí mi trabajo en la compañía francesa ya que las ventas se vinieron abajo dramáticamente. Esto fue difícil para mí pues no lo esperaba y se sumó al estrés y a la soledad que sentía por la ausencia de mi familia.

En ese período también me sentí presionada por nuestra comunidad y compañeros para empezar una familia, aunque en esos momentos yo estaba más interesada en trabajar, viajar y explorar el mundo.

Finalmente, encontré trabajo independiente con una compañía de reubicación. Se trataba de ayudar a los expatriados recién llegados para integrarse a la ciudad. Disfrutaba el tiempo libre que me quedaba, pues era un trabajo de medio tiempo.

Simplemente no me sentía lista para tener hijos, pero en mi cultura se espera que la gente que se casa tenga hijos inmediatamente. A menudo me sentía destrozada por las expectativas de los demás y lo que yo realmente quería hacer. Otras veces, me consideraba casi inadecuada por no querer las mismas cosas que mis amigos, especialmente en lo que se refería a empezar una familia.

Miembros de nuestra comunidad me recordaban a menudo que como mujer tenía un reloj biológico corriendo en mi contra lo cual no hizo más que alimentar el miedo que ya vivía en mi – antiguas preocupaciones, empezando con mi ansiedad por el problema de haber sido niña y sentirme desadaptada por no pertenecer a ningún lado. Me acuerdo que pensaba: pero si realmente queremos niños, los podemos adoptar. Hay tantos niños no deseados en el mundo, que estarían felices de tener un hogar. Además, así no tendría que preocuparme por mi reloj biológico.

Danny y yo realmente discutíamos esto en serio y los dos estuvimos de acuerdo en la adopción.

También quitaría la presión de tener que ser una esclava de mi propio cuerpo. Sin embargo, cuando mencionaba la posibilidad a otros de la comunidad, siempre recibía respuestas negativas.

La más común era: “¿No puedes quedar embarazada? Lo siento mucho.”

Una vez más apareció el viejo miedo de no “dar la talla”...pero mi atención a ese tema se acabó demasiado rápido.

Durante el verano de 2001, mi mejor amiga, Soni, se le diagnosticó cáncer y esta noticia me impresionó en lo más profundo. Un día ella tenía dificultad para respirar y cuando fue a un chequeo médico, encontraron un gran tumor en el tórax que presionaba sus pulmones. Yo no podía creer que esto le estuviera pasando a ella. Era joven, fuerte, vibrante, saludable y tenía muchas razones para vivir. Los médicos la internaron rápidamente en el hospital para ser sometida a una cirugía para remover la masa. Inmediatamente después se le practicaría un tratamiento de radiación y quimioterapia.

Un par de meses después de conocer el diagnóstico de Soni, recibimos noticas que el cuñado de Danny (el esposo de su hermana menor) había sido diagnosticado con un cáncer agresivo.

Estas noticias me causaron un profundo horror porque ambos tenían mi edad. Empecé a buscar todo lo que había sobre el cáncer y sus causas. Inicialmente, empecé a hacerlo con la esperanza de poder ayudar, porque quería estar cerca a Soni para apoyarla en su lucha. Pero encontré que entre más leía sobre la enfermedad, más miedo me daba todo lo que pudiera causarla. Creía que todo producía cáncer –pesticidas, microondas, preservantes, comidas modificadas genéticamente, la luz del sol, la polución en el aire, recipientes plásticos para comida, los celulares, etc. etc. Esto aumentó hasta el punto que eventualmente empecé a tenerle miedo a la vida misma.

El 26 de abril de 2002 es un día que ni Danny ni yo olvidaremos fácilmente. Entramos vacilantes al consultorio del doctor, como si estuviéramos entrando a la casa de la muerte. El miedo se apoderó de nosotros, como para advertirnos que una sacudida nos esperaba en cada esquina. Era un viernes en la tarde, el último día de trabajo antes de compartir nuestro fin de semana. Logramos movernos a través del tráfico ya que todo el mundo estaba empezando a salir de sus trabajos para celebrar la hora feliz previa al fin de semana; todos, excepto nosotros. Escasamente nos dimos cuenta de la puesta del sol con sus tonos anaranjados y sus reflejos sobre los rascacielos de nuestra vibrante ciudad al ocultarse detrás de la bahía. Ese día sabríamos los resultados de los exámenes que el doctor me había tomado.

Unos días antes, yo había encontrado una protuberancia en mi hombro derecho, por encima de la clavícula. En ese momento, me rehusé, o mejor, me exigí pensar que no era más que un quiste.

Sin embargo, la fea vocecita en mi mente prediciendo el mal, no dejaba de tratar de convencerme que era algo más serio.

Durante los meses previos, yo había visitado a mi amiga Soni y con lágrimas en los ojos veía como moría en el hospital por el cáncer que le habían diagnosticado un año antes. Con terror y tristeza veía su cuerpo casi consumido por una bestia que se negaba a ser domesticada, inclusive por la más avanzada ciencia médica disponible. No me podía permitir pensar que ese horror me pasaría a mí. Pero la protuberancia en la base de mi cuello me forzó a enfrentarlo y tuve que hacerme exámenes médicos. Me habían hecho una biopsia y ese día obtendría los resultados.

El doctor fue muy gentil y amable cuando me dio las noticias: “Usted tiene un linfoma lo cual es una forma de cáncer del sistema linfático” Pero desde el instante en que pronunció la palabra cáncer, yo no pude oír nada más de lo que estaba diciendo. Su voz me llegaba como si estuviera bajo el agua. Mis ojos se quedaron fijos en la ventana de la clínica. Afuera nada había cambiado: El  Sol continuaba su rumbo poniéndose despacio detrás de la bahía; los rascacielos brillaban en tonos naranja y ámbar y la gente iba camino a disfrutar la hora feliz. Sin embargo, el conocer la realidad de lo que estaba pasando en mi cuerpo, había cambiado instantáneamente mi mundo entero.

El doctor compasivamente, describió las opciones disponibles. “Yo voy a estar cerca de usted”, me aseguró, “sin importar que decisión tome ni que opción de tratamiento escoja. Pero primero, estoy haciéndole una cita para que le practiquen un escán, el lunes en la mañana, para poder ver en qué etapa se encuentra el cáncer. Después de este examen venga a verme y miraremos los resultados.”

Su voz era como un rugido silenciado en mi cabeza y descarté su consejo. Escasamente podía oírlo diciéndonos que tratáramos de relajarnos y disfrutáramos el fin de semana lo mejor que pudiéramos.

El terror chocaba violentamente con la razón. Ni Danny ni yo podíamos pensar; nos rehusamos a hacerlo. ¡No queríamos pensar en cáncer, ni en las opciones, ni sobre la muerte! Yo quería agarrar al mundo normal a mi alrededor y salir corriendo. Ciertamente, no podía considerar las opciones; no era capaz de considerarlas. Eso era demasiado aterrador y mi cerebro confundido daba vueltas. Por suerte, el doctor había dicho que no teníamos que tomar ninguna decisión hasta el lunes por la mañana, cuando tendría mi cita para el examen de resonancia magnética y hablaría con él sobre el tratamiento a seguir.

Aunque mi mente estaba muy lejos y yo tenía muchas preguntas, Danny me convenció de salir y dejar el mundo atrás. Así que cuando volvimos a casa, me puse mi vestido favorito de color rojo coral. Cuando me vio toda arreglada, mi esposo me abrazó y me dijo: “No te asustes. Pasaremos por esto juntos.”

Entonces esa noche, nos escapamos... al menos por un rato.

Comimos bajo las estrellas en El Cid, mi restaurante favorito situado frente al mar en Stanley Bay, al sur de Hong Kong. La luna llena brillaba gloriosamente y una brisa suave se sentía en el aire. Los suaves sonidos de las olas del océano se unían a la música de la banda de mariachis que pasaba de mesa en mesa con su serenata. Para asegurar una noche perfecta, le dimos propina a la banda para que se quedaran junto a nosotros cantando mis canciones favoritas un buen rato. La sangría abundaba, los músicos tocaban y nosotros olvidamos el mundo que se extendía más allá de nuestra mesa.

Al día siguiente, me desperté acurrucada en los brazos de Danny. Era maravilloso acomodarse cerca a él y no tener en cuenta al mundo. Quería que el trayecto a la oficina del doctor fuera simplemente un mal sueño, pero la realidad se impuso en mis pensamientos. Todavía tenía cáncer y no podía huir de esa situación. ¿Cómo iba a salirme de mi propio cuerpo?

Los juegos que hacemos en nuestras mentes, me sorprenden. No quería que nadie supiera sobre el diagnóstico. Si nadie lo sabía yo no tendría que ocuparme de él. Podría escapar hacia mi mente si no podía hacerlo de mi cuerpo.

“Tendremos que decirles a nuestras familias, sabes”, Danny dijo racionalmente.

“Lo sé pero todos ellos armarán un gran escándalo. ¿Puedo tener un día más de paz y soledad antes de decirle a nadie?”, traté de negociarle.

Esa tarde mi madre llamó para peguntar por qué no la había llamado para contarle los resultados de la biopsia. Danny le dio las noticas y lo siguiente que supe fue que ella estaba haciendo reservaciones de vuelo para venir a Hong Kong. Mi hermano también me llamó para decirme que también estaba arreglando todo para venir a estar conmigo.

Yo no quería que ellos se lo tomaran tan seriamente; no quería todo ese drama. ¡Eso hacía que la situación fuera tan real! Su reacción amorosa me lanzó la realidad directamente a la cara como un baldado de agua fría. Ya no había una forma de evitar la verdad de mi diagnóstico.

El lunes, Danny y yo, una vez más, nos encontrábamos en la clínica hablando abiertamente sobre las opciones. Me acababa de hacer la resonancia magnética y el doctor estaba revisando los resultados, con una actitud de preocupación.

“Está en una etapa 2A”, dijo suavemente.

“¿Qué quiere decir eso?”, preguntó Danny.

“Quiere decir que se ha extendido hacia abajo en el pecho y en el área debajo del brazo, pero está contenido en la parte superior del cuerpo”, el doctor contestó pacientemente. “Ahora, empecemos a mirar las opciones para usted. Mi sugerencia será posiblemente una combinación de quimioterapia y radiación.”

“¡Yo no voy a hacerme quimioterapia!”, enfáticamente les anuncié.

“Pero querida, eso es prácticamente lo único que tenemos”, Danny dijo sorprendido y yo me volteé hacia él con una mirada de determinación.

“Mira lo que la quimioterapia le está haciendo a Soni, y al esposo de tu hermana”, respondí...Yo no quería esta conversación; quería que todo volviera a ser como antes. Escondí mi cara en las manos, tratando de evadir mis pensamientos.

“¿Realmente quieres que muera así? Podía oír el terror en mi voz. “Ellos se están extinguiendo y... con tanto dolor. Prefiero morir en este mismo momento que permitir que esto me pase.”

“Yo sé”, dijo Danny poniendo su palma suave sobre mi mano fría, la cual yacía débilmente en el escritorio del doctor. “Pero yo no quiero perderte. ¿Qué más se puede hacer?”

Llevábamos 6 años de casados. Teníamos tantos sueños por realizar, lugares para ver y cosas que hacer. Pero de la misma manera que los glaciares del norte se derretían, así nuestros sueños parecían disolverse, ante nuestros ojos.

En un intento por esconder mis miedos, traté de parecer segura: “Hay otros métodos.” Me volví hacía el doctor buscando apoyo a mi afirmación. “Estoy convencida que hay formas de ganarle al cáncer, distintas de la quimioterapia.”

Ese día Danny y yo comenzamos una larga jornada juntos; parecía que nos habíamos unido a los héroes de la mitología antigua a medida que seguíamos el camino, con la determinación de derrotar esta enfermedad que estaba empezando a apoderarse de nuestras vidas.

Desde el principio, mi viaje estaba cargado con todo tipo de emociones, desde sentimientos de esperanza hasta de descontento, terror y finalmente, rabia.

Antes del diagnóstico, uno de mis grandes miedos en la vida había sido contraer cáncer –parecía que le estaba ocurriendo con mayor frecuencia a personas conocidas. Recibir mi diagnóstico y ser testigo de cómo la enfermedad reclamaba las vidas de mi mejor amiga y del cuñado de Danny, sólo lo confirmaba. Me daba cuenta sin muchas esperanzas, como la quimioterapia parecía estar destruyendo los cuerpos que se suponía debía estar sanando. Y ahora, aquí estaba invadiendo nuestras propias vidas... acabando con nuestro mundo y con todo lo que encontraba.

Pensar en la situación de nuestros amados enfermos me daba rabia y pánico. El miedo al cáncer ahora me tenía agarrada. Los efectos de la quimioterapia me asustaban aún más. Cada músculo se tensaba y se agarraba a la vida.

En los meses previos a mi diagnóstico, yo había observado la salud de Soni deteriorarse rápidamente. Durante este tiempo, constantemente me sentía mal si salía o si pasaba un rato agradable, mientras ella estaba enferma en el hospital. De alguna forma no era correcto que yo estuviese disfrutando mientras ella sufría. A medida que su salud continuaba deteriorándose, se me hacía cada vez más difícil encontrar felicidad en la vida o liberarme del sentimiento de culpa.

Ahora que estaba enfrentando mi propia enfermedad, era insoportable observar como mi amiga empeoraba y empecé a pasar cada vez menos tiempo con ella. Cuando veía a Soni, era incapaz de mantenerme positiva u optimista por ella o por mí misma. Llegué al punto en que pensaba que esto no nos estaba ayudando a ninguna de las dos. Me llenaba de miedo viendo lo que el cáncer le estaba haciendo a su cuerpo, lo mismo que los efectos del tratamiento. Me sentí vulnerable con la idea de que me esperaba el mismo destino y eso era demasiado para mí. El día que recibí la llamada de la hermana de Soni, diciéndome que mi mejor amiga había perdido la batalla, me derrumbé y lloré. Finalmente Soni nos había dejado.

Aunque estaba muy triste y acongojada por su partida, una pequeña parte de mí estaba aliviada de que ya no tuviera más dolor.

El día de su funeral quedará grabado en mi memoria para siempre. Todavía puedo ver las miradas desoladas de sus padres y hermanos por la pérdida de su hija y hermana amada. El sufrimiento de su esposo tratando de entender su pérdida. Pero por encima de todo, no me olvidaré jamás de las caritas inocentes bañadas en lágrimas de sus hijos pequeños y su horror cuando el ataúd de su madre estaba siendo empujado al fuego crematorio. Esta imagen me perseguirá hasta el final de mis días. Y en ese momento, agregué la rabia al espectro de emociones que tenía hacia mi enfermedad.

Para empeorar las cosas, poco tiempo después del funeral recibimos la llamada informándonos que el cuñado de Danny también acababa de perder su batalla. Él también dejó una joven esposa y dos niños pequeños.

Estaba furiosa con la broma cruel que llamamos vida. No podía entender cuál era el propósito de todo esto. Parecía que vivíamos por unos años, aprendíamos de nuestras luchas y finalmente cuando ya teníamos todo arreglado, terminábamos en una caja de madera lanzada al fuego.

Seguramente que no se suponía que todo esto pasara tan rápido. Nada parecía tener sentido.


CAPÍTULO CINCO: DIAGNÓSTICO DE MIEDO
Extracto del Libro: “MUERO POR SER YO” de ANITA MOORJANI (Mar/2012)
Capitulo 6

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