El Ser de cada uno y el Ser en pareja.
La personalidad es un vehículo para llegar al Ser; cuando conseguimos disolverla, llegamos a la captación de nuestra esencia.
Esta personalidad se identifica con una parte del Ser a la cual le asigna el valor de la totalidad. Es importante tomar conciencia de que somos el Ser y no solo la posición con la que nos identificamos.
La mente tiene esta capacidad de definirnos de cierta manera, como si al ser de tal o cual forma no pudiéramos ser de ninguna otra.
Este es el mecanismo que nos impide ser completos.
Damos por sentado que somos el YO que nuestra mente ha construido y no advertimos que ese YO es algo que se formó en el pasado, que tiene sus raíces allí y que su lealtad está dirigida a cosas que ocurrieron entonces, hechos y recuerdos más o menos distorsionados que estamos sosteniendo y tratando de mantener o de ocultar. En consecuencia, no podemos estar totalmente presentes aquí y ahora, porque estamos atados a las cosas del pasado que nos determinaron a crear esa identidad.
Pieza por pieza, el YO estructurado es una resistencia a la presencia incondicional.
El trabajo de una buena psicoterapia consiste en cambiar nuestra lealtad al YO construido, el YO habitual, por otra nueva al sentido vasto del ser que podríamos llamar nuestra verdadera naturaleza, que está por afuera de las barreras de nuestro YO construido y que no puede ser contenida dentro de esas barreras. Tenemos que lograr corrernos de nuestra personalidad, para hacer que ésta pierda fuerza, agradecerle que nos haya ayudado a sobrevivir hasta ahora, pero también aceptar que ya no nos sirve.
Estamos acostumbrados a vivir “encerrados” dentro de ella; no sabemos cómo es dejarnos ser sin el freno de nuestra identidad. Nos da miedo y es muy difícil meternos en los lugares oscuros de nuestro ser y abandonar nuestra vieja y conocida identidad. Y así dadas las cosas, el hecho de dar y recibir amor se convierte en una tarea muy ardua si no me decido a dejar mi vieja estructura. No es que podamos tomar la decisión de dejar nuestra vieja identidad y conectarnos inmediatamente con nuestro más pleno Ser. Si fuera tan fácil todo el mundo lo haría, porque todos buscamos amor. De distintas maneras, todos buscamos querer y ser queridos, aceptados, considerados, etc.
No se trata de librarnos de nuestro YO construido, ni de romperlo, ni siquiera es cuestión de criticarlo o condenarlo de ninguna manera. Hacer esto sería un error. Porque es un paso en el camino, y tuvo y aún hoy sigue teniendo una función.
Las diferencias entre la estructura y la esencia a veces no son tan rígidas, pero siempre son importantes.
La estructura está basada en el pasado, la esencia es siempre presente.
La estructura es reactiva, en cambio la esencia es abierta y no reactiva.
La estructura está relacionada con tratar de hacer, con el esfuerzo; por el contrario, la esencia es sin esfuerzo, es no hacer.
La estructura está siempre mirando algo, queriendo algo, necesitando algo, siempre hambrienta y deficiente. La esencia está llena, no necesita nada.
La estructura está atenta al “afuera”, la esencia se asienta en sí misma.
Debemos corrernos de la idea de un YO estructurado. Lo mejor es conectarnos con el vacío en vez de esforzarnos en llenarlo con una falsa identidad.
Pero esa sensación de “vacío” es vivida como la gran amenaza a nuestra estructura. De hecho, todo el proyecto de identidad es una defensa para no sentirlo.
La mente no puede “captar” este vacío, y entonces crea distintas historias sobre él, como si fuera un agujero negro. El YO va construyendo una barrera, y todo lo que queda por fuera de ella aparece como potencialmente peligroso.
El YO estructurado transforma esa “conducta evitativa” en una necesidad vital, consiguiendo con ello que la vida acabe girando permanentemente alrededor del peligro que implica el vacío.
Creo que estaríamos mucho más vivos si nos animáramos a darnos cuenta de que no estamos necesariamente obligados a saber todo el tiempo quiénes Somos, y que no tenemos porqué asegurar exactamente y al detalle qué se puede esperar de nosotros.
Darnos cuenta de que sí podemos (y quizás debemos) lanzarnos a la experiencia de lo que deviene sin encadenarnos a un YO que nos limite a unas pocas respuestas conocidas.
Estas ideas podrían ayudar a estar en pareja, porque permitirían aflojar viejas ataduras y, sobre todo, porque liberarían también a nuestros compañeros de ruta de sus propios condicionamientos individuales.
Y ni en los individuos ni en la pareja existe un “Deber Ser” que determine lo que es mejor. Lo mejor es siempre ser quien uno es.
Es verdad que es posible evolucionar y superarse, pero sólo cuando partimos de aceptar que somos quienes somos, aquí y ahora.
Aceptarnos no quiere decir renunciar a mejorar, quiere decir vernos como somos, no enojarnos con lo que nos pasa, tener una actitud amorosa y establecer un vínculo reparador con nosotros mismos, que es lo que nos ayudará a crecer.
Si seguimos en el trabajo de autotortura, exigiéndonos ser lo que no somos, seguramente terminaremos colgando en alguien la causa de nuestro descontento. En un comienzo este lugar lo ocupan los padres; pero luego, en la medida en que crecemos, desplazamos esta acusación a nuestra pareja: “Él (o ella) es el (la) culpable de que no me desarrolle profesionalmente, de que no me divierta, de que no gane plata, de que no sea feliz.”
El trabajo empieza por uno. Aceptarnos es habitar confortable y relajadamente en nosotros mismos.
Lo que puedo esperar de una pareja es un compañero en mi ruta, en la vida, alguien que me nutra y a su vez se nutra con mi presencia. Pero sobre todo alguien que no interfiera en mi camino de vida.
La peor de nuestras creencias aprendidas y repetidas de padres a hijos es que se supone que vamos en la búsqueda de nuestra otra mitad. ¿Por qué no intentar encontrar un otro entero en vez de conformarnos con uno por la mitad?
El amor que proponemos se construye entre seres enteros encontrándose, no entre dos mitades que se necesitan para sentirse completos.
Cuando necesito del otro para subsistir, la relación se hace dependencia.
Y en dependencia no se puede elegir. Y sin elección no hay libertad.
Y sin libertad no hay amor verdadero.
Y sin amor verdadero podrá haber matrimonios, pero no habrá parejas.
(Texto tomado del libro “Amarse con los ojos abiertos”, de Bucay-Salinas, con algunas modificaciones)
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